domingo, 10 de febrero de 2013

El animal que llevo dentro. Antonio M. Díaz Sequera

Mientras escucho música,  cierro los ojos. Intento evadirme de la realidad y crear una dimensión diferente en mi cerebro. Poco a poco, todo se desvanece y se va volviendo del color más negro e intenso que se puede imaginar. 

Tras unos segundos una chispa estalla en mi cabeza. Ahora todo es verde, puedo ver la luz, los árboles, el césped, y noto cómo los rayos del sol acarician lentamente mi rostro. Empiezo a correr por el inmenso camino que se halla ante mí. Ahora puedo sentirlo, la brisa roza mi cuerpo, cada vez voy más rápido y en ese momento sé que soy libre. Ya no existen cadenas que me aten a la vida, ninguna rutina diaria y aburrida. Mis cuatro patas funcionan por sí solas, me llevan hacia un pequeño arroyo y veo reflejado mi rostro en el agua. 

Mis colores son la vida en todo su esplendor, pero con una mezcla de muerte a su vez. Soy negro y naranja, soy el animal más feroz y más bello que pueda existir. Comienzo a correr de nuevo y noto cómo la felicidad se acumula en mi pecho, siento la libertad que tanto tiempo he esperado, pero... Entonces ocurre: un grito, el grito de la muerte. Traspasa mi cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, y mis patas se detienen dejándome caer al suelo en seco. La vida va agotándose a través del agujero desgarrador que ahora se halla en mí. 

Abro los ojos de golpe, por puro instinto. He vivido tantos sucesos, he recibido tantos palos de la vida, que ahora lo comprendo todo. Ya no tengo miedo a la muerte, ni a la soledad, tampoco al exilio. Sé que lo único que ahora puede hacerme daño es el ser humano. Vuelvo a cerrar los ojos y veo el rostro de aquel animal caído. Me fijo en su mirada y veo cómo las lágrimas de dolor van cayendo una tras otra. 

Y entonces sucede, reconozco esos ojos, me pertenecen. Me quedo mirando fijamente y descubro un reflejo conocido. Veo una silueta alta y gruesa. También soy yo, con una escopeta en las manos, pero al mirar más arriba descubro que los ojos de aquella silueta ya no contienen vida. Son negros, encadenados y llenos de sufrimiento y dolor. Ahora comprendo el disparo. En ese momento descubro que el ser humano, a base de insultos, golpes y traiciones me ha cambiado. Me han convertido en todo lo que yo nunca quise ser.

Por unos segundos el animal que llevo dentro resucita, se levanta ensangrentado y de un salto acaba con mi silueta. Esta es mi vida, este soy yo. Mando en ella y no voy a consentir que nada ni nadie me deforme como persona. Voy a ser luz, y no oscuridad. Voy a ser diferente, y no igual. Vuelvo a la realidad y formulo una pregunta en mi cabeza. ¿Somos quienes queremos ser, o somos quienes quieren que seamos? 

Pongo las manos sobre el teclado y me dispongo a escribir una frase que no pienso borrar de mi recuerdo. ''Solo una persona que ha vivido la muerte puede entender lo que realmente significa la vida''.

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